PREGÓN DE SEMANA SANTA

“LA ALEGRÍA DE VIVIR CON ESPERANZA CADA DÍA”.

CRÓNICA DEL XVIII PREGÓN DE LA SEMANA SANTA (HIGHLANDS SCHOOL- SEVILLA)

 

Escribió el poeta Aquilino Duque que “hay que pararse con la esperanza de no encontrarlo todo. Hay que pararse a dos jornadas de la felicidad. Hay que tender al infinito. Estar a punto de llegar pero no llegar nunca. Eso es la plenitud. Eso es la vida”. Así que escribo esta crónica de nuestro pregón con esa melancolía de lo bonito que fue prepararlo todo y ya acabó, pero también con la alegría de una nueva Semana Santa y la satisfacción de haber vuelto a vivir este acto entrañable, lleno de sentimientos, poesía y religiosidad.

Viernes de Dolores en todos los calendarios de la primavera, último día de marzo, y el Aula Magna volvía a envolver el evento en que un alumno canta las excelencias de nuestra Semana Mayor y nos abre las puertas de la celebración que cerrará con la certeza de Cristo vivo y el hombre salvado. En esta ocasión tuvimos la dicha de tener como pregonera a Ángela Fernández Gutiérrez, alumna del último curso de Bachillerato; y contamos con la asistencia como invitado de honor de don Eduardo Dávila Miura, padre de alumnos, esposo de una de nuestras queridísimas profesoras y miembro de la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Macarena, amigo también de la familia de la pregonera. Fue él quien cerró brillante y cariñosísimamente el acto con sus alentadoras palabras que a todos nos embelesaron. Millones de gracias por su compañía.

Inició el acto Ignacio, hermana de la pregonera, recitando hermosísimos versos de Antonio García Barbeito. Se cerraba así el círculo pues Ángela el año pasado fue también la que introdujo el pregón de su hermano con otro poema. Seguidamente, su compañera y amiga Lola Echevarría Losada presentaba con categoría y emoción a la pregonera, resaltando sus aficiones, su historial cofrade y, sobre todo, su calidad humana.

Tras la marcha elegida por la auténtica protagonista del acto, “Siempre la Esperanza”, comenzaba el pregón. Desde el principio la pieza estuvo dominada casi absolutamente por la poesía, por los versos, la rima, consiguiendo Ángela transmitir su sevillanía, sus sentimientos y una cantidad de mensajes profundos, modernos, de honda espiritualidad, en medio de esa musicalidad constante que envuelve el género de la lírica.

Los primeros versos sirvieron para centrarnos ya de lleno y de pleno en la ciudad y su mundo en Semana Santa:

Y así reza Sevilla cada primavera,

llenando de esperanza la ciudad entera.

Sevilla reza con el aire de su brisa 

que predispone a la paz.

Sevilla reza con los aromas del parque

que invitan a meditar.

Sevilla reza mirando al cielo,

soñando con la eternidad,

echando de menos

a los que a su lado ya no están.

Sevilla reza con su río

creando puentes de humanidad.

Sevilla reza con su Giraldillo,

protegiendo la fe de nuestra ciudad.

 

Así te reza Sevilla,

arrastrando la zapatilla,

con paso firme y racheado.

 

Rezan sus calles, trozos de cielo

que alegran el alma al pasear,

que están llenas de vida

oliendo a incienso y azahar.

Sevilla es fe que ancla la vida,

es amanecer en la madrugada,

Macarena de amor derramada.

Es confianza en la partida

y Esperanza florecida.

 

La luz, el color y la alegría,

se funden en una sola emoción,

para rezar con devoción,

en esta tierra de María.

Dolor, pasión y valentía,

Música llena de armonía,

el Cielo azul que más brilla

en la ciudad de Dios,Sevilla.

 

Anunciando con su zancada,

que tras su huella va tu pisada,

Sevilla es rezo abierto,

no es una ciudad,

es un sentimiento 

que no se puede explicar.

Hay que hacerse sevillano

para llegar a entender

eso que se siente 

cuando uno está delante

del Señor del Gran Poder.

 

Tras los saludos y agradecimientos tradicionales -por cierto, Ángela, gracias a ti por todo y, de entrada, porque sin pregonero no hay pregón; suficiente- comenzaba un paseo por Sevilla de una madre de la mano de su hija, Esperanza, esa misma Esperanza que al final se hacía madre o, mejor, la Madre. Un recorrido por los barrios, por las feligresías más significativas, por las imágenes señeras de cada Hermandad, por su idiosincrasia y personalidad. Y en cada rincón, siempre, además de su hermosura y belleza, el mensaje cristiano, la alegría de saberse amado por Dios, la necesidad de estar pendiente del prójimo, el valor de la familia, el compromiso al que estamos llamados en este mundo en que seguimos siendo unos privilegiados y eso nos tiene que hacer mejores.

En ese paseo, fuimos yendo de un lado a otro como nunca, sin tener que desplazarnos, viviendo cada momento como si allí estuviéramos y siempre con el mensaje profundo que coronaba cada parada. Por ejemplo, nos vimos en el barrio del Porvenir esa mañana de capas blancas:

Ven, Esperanza, dame la mano.

Empezamos nuestro paseo;

hoy será un día largo,

pero no hay cansancio posible

hasta despertar del letargo.

 

Amanece un domingo soleado,

lleno de colores y flores,

y ya resuenan en el alma

cornetas y tambores.

 

Acelera el paso, que ya veo venir

pequeños nazarenos blancos;

vamos a entrar en este bonito jardín

y sentarnos en un banco,

en el barrio del Porvenir,

solidario y franco.

 

Domingo de paz al mirar ese palio,

el que atraviesa el sol

su malla de cielo,

y a buscar su mirada

que siempre regala.

Domingo de Victoria y credo,

Victoria blanca de Dios,

que gana nuestra batalla interior;

¡esa es la paz que queremos!

 

Seguimos el paseo y nos situamos ahora en la calle San Fernando, allí donde mora la buena muerte:

 

Cristo de la Buena muerte,

que por una noche mora

junto a sus estudiantes

para hacerlos fuertes.

Y para hacerlos recapacitar,

el examen más exigente.

En la carrera de la vida

el sobresaliente es

para el corazón más valiente.

El Postigo cruje al verte

clavado y dormido

cual sueño inerte.

Lección de amor, doctorado,

por salvarnos del pecado,

Cristo de la Buena Muerte.

 

Emana de tu costado

sangre viva que nos hace sentir

que la muerte no es el fin

sino el principio antes de verte.

Tú, penitente, hijo de Dios vivo,

eres testigo de su Buena Muerte.

Después de amarte en esta vida,

en mi hora, sueño encontrarte

y en tus brazos despertar.

Morir es vivir en Ti.

No hay más vida que quererte,

Cristo de la Buena Muerte.

 

Cautivado ya por completo el público vía poesía, contenido, sensibilidad y capacidad oratoria, seguimos volando por la ciudad. Barrio de Santa Cruz, EL Postigo, el Arenal… Y al llegar a la Magdalena, el sentido recuerdo a los abuelos, esos que dejan el legado del amor a las tradiciones, el saber estar, el espíritu del buen cristiano…

En Sevilla hay miles de hogares donde se enseña a ser cofrade.

De abuelos a nietos. Y de padres a hijos.

Una escuela de valores que funciona sólo por amor.

Donde se habla de Dios.

Donde se enseña a rezar.

Rezar por los tuyos, por los amigos, por un mundo mejor.

Rezar por otro y que recen por ti,

la mayor muestra de amor que uno pueda recibir.

Estoy segura de que hoy, algunos habrán rezado por mí.

En el cielo hay un balcón

que esta semana estará lleno

de todos los que ya no están

y nos cuidan desde el cielo.

 

Y al llegar al Museo, la parada se hace más larga y emotiva pues por allí andan los cimientos cofrades de la pregonera…

 

Mi infancia está llena de Semana Santa.

Mi primer año en brazos de mi madre y acompañada de mi abuela,

que conoció la Semana Santa de la mano de mi padre acompañando a Jesús de las Penas.

Al abrir el portón de San Vicente, vi salir la cruz de guía,

donde una saeta sonaba y mi cara resplandecía.

Pasaba el ruan negro hasta encontrar a mi padre,

que sin querer me miraba y yo lo señalaba con alegría

ante el silencio mudo de un nazareno que ni respirar parecía.

Rezando tras el Cristo de las Penas, afligido y cansado,

que respira dolor en su caída.

 

Mi Lunes Santo siempre fue

de ruan negro y esparto,

morado lirio de fe

y de capirotes largos.

Años de monaguillo

a sones de Jesús de las Penas,

mirando Dios a su Madre

revirando en la salida

que desde dentro lloraba

de dolor por su caída.

 

Quisiera quitarte la pena

pero Tú siempre lloras;

serás lágrima, serás eterna.

Virgen de los Dolores,

que mi alma entera llenas,

Tus dolores son mis penas.

 

Quiero, Señor de las Penas,

evitar tu caída

y ayudarte a levantar

el peso de tu cruz.

Quiero ser, Señor, tu cirineo,

para aliviar tu espalda,

por cargar todas mis faltas.

Quiero ser, Señor, tus manos

para abrazar tu cruz de sacrificio

y ayudar a mi hermano.

Quiero ser, Señor, tu rodilla

para levantarte del suelo

por los pecados e injusticias.

Quiero ser, Señor, tus palabras

para proclamar al viento tu amor

y ganar cada día nuestra salvación.

Quiero ser, Señor, tu silencio

para escuchar los problemas ajenos

y recibir tu mensaje de aliento.

Quiero ser, Señor, tu instrumento

para llegar a poner paz donde hay enfrentamiento.

 

Jesús de las Penas caído,

perdona mi atrevimiento

y déjame acompañarte

cada Lunes Santo,

con mi cirio y mi rosario,

en tu calvario de sufrimiento.

 

Jesús de las Penas caído

por dolor del mal cometido,

por tantos reveses recibidos,

por tanta indiferencia al verte

y no contar contigo.

En tu ausencia llevo el castigo.

Perdóname, Dios mío.

Porque a la muerte has vencido,

la muerte no volverá.

 

Contigo ya todo es vida,

ya todo es eternidad.

Por eso tu cruz es el camino;

Jesús de la Penas caído,

¡Tú nos resucitarás!

 

Seguíamos de la mano de la pregonera en este viaje imposible por la ciudad de nuestros amores: calle Feria (la Amargura), San Pedro, la Alfalfa… y una madrugada en el encuentro con la Madre de Los Gitanos:

 

Poco a poco se produce la levantá, con suavidad,

que solo se escucha la caricia de la bambalina al varal.

Y un débil llanto de niño elevado bajo su umbral,

el de una Madre angustiada por los niños que ya no están.

Vamos de frente, poco a poco, con la suavidad elegida,

como sabéis estos oradores de costal y faja, de fuerza y valentía.

 

Y debajo de su manto,

hallan las almas consuelo.

Como la madre de Cayetano,

que quiso pedirle al cielo

protección y amparo para su hijo.

Hijo que hoy vive y no está muerto

por coraje de su madre,

que venció el mayor tormento.

Angustias coronada,

que regala la vida a Cayetano,

derrama tu gracia sobre él

y ayúdale a ser buen cristiano.

 

…Dicen que desde ese día, a la Virgen de las Angustias,

se le escapa una lágrima por cada niño muerto…

 

Sigue el paseo-viaje por Nervión, San Bernardo… y llegamos a El Salvador. Y allí, una parada obligatoria ante el Cristo del Amor. Llega uno de los momentos más intensos del pregón:

 

Ven aquí, hija mía,

mírame de frente, clavado en la cruz.

No quieras buscar fuera lo que está dentro de ti.

Mírame, mira mis heridas y mis llagas.

Mira mis clavos y mis espinas.

Mira este pelícano a mis pies,

que se abre las entrañas para dar de comer.

Como yo he dado mi vida por ti,

Sólo por ti y tu salvación,

vale la pena todo mi sufrimiento.

 

No pretendo que pases lo que yo he pasado,

pero la medida del amor es el sacrificio y la entrega.

No esperes a perder lo que tienes para valorarlo

y vive desde la cruz para llenar de sentido tus días.

Vive pensando en Mí;

la muerte no es el fin.

Yo veo lo que nadie ve.

 

He venido a salvarte,

no te condenes tú solo.

Ven a Mí siempre que quieras;

aquí estaré dándote mi Amor.

 

Ay, Señor, ayúdame a pulir este corazón egoísta

y transformarlo en Amor.

 

Amor que siente la ternura de un abrazo.

Amor que mira con ojos de bondad.

Amor que crece ante la adversidad.

Amor que comprende al amigo que te hiere.

Amor que cuida a los amigos que quieres.

Amor que no se deja llevar por la corriente.

Amor que arriesga y se compromete.

Amor que es firme ante la injusticia.

Amor valiente que apuesta por ser fiel.

Amor que cree aunque no se pueda ver.

Amor que no juzga ni condiciona.

Amor sincero que nunca traiciona.

Amor que multiplica la alegría de mis días.

Amor que transforma y sana las heridas.

Amor que vuela acompañando tus alas.

Amor honesto que siempre aporta y respeta.

Amor que siempre puede y siempre espera.

Si no tengo Amor, no soy nada.

Amor, siempre Amor.

 

Señor del Amor de Sevilla,

muerto que cae en silencio,

Amor que derramas queriendo

para salvarnos por dentro.

El dolor y la pena arrasa,

el mundo se detiene,

pero el Amor del Señor no pasa,

ese siempre te sostiene.

 

Seguimos nuestro vuelo por las calles aledañas a la Alameda, por San Lorenzo. Y, cómo no, había que cruzar el puente, camino de Triana, donde habita el Cachorro, ese Cristo que dicen que se muere pero que aquí sabemos que está a punto de resucitar…

 

Imponente Cachorro que por el puente asoma,

imponente mirada impregnada de aromas,

imponente agonía escrita en tu rostro, que me pesa;

imponente escalofrío que el corazón me atraviesa.

 

Cristo de la última expiración,

¿dónde estás, en la tierra o en el cielo?

¿Dónde estás, a mi lado o lejos?

 

Déjame sentir tu presencia,

sé mi espejo,

para mirarme en tu río

y ver tu reflejo.

Ilumina mi fe,

sé mi sustento.

Dame un corazón grande

para de amor llenarme.

 

Que me asegures que todo tiene sentido

cuando llegue el momento más temido.

Con el vértigo de la muerte en silencio

y el compás de los últimos suspiros,

dame fuerza y dame vida,

líbrame del miedo.

Dame paz

para entender tu sosiego.

Dame luz

para no ser un ignorante o ciego,

Padre, te lo ruego.

 

Alfarero de Triana,

rostro vivo de Dios,

Cristo de la última expiración,

¿dónde estás, en la tierra o en el cielo?

¿Dónde estás, a mi lado o lejos?

No me dejes morir en el desierto de saber

si estás vivo o estás muerto.

 

Y llegaban los momentos finales del pregón. Esa esperanza que se agarraba a nuestra mano acaba siendo la Esperanza, con mayúscula, esa que en Sevilla tiene dos caras, tan distintas, tan iguales:

Eres, Esperanza de mi vida,

Flor eterna en tu mirada.

¡Capitana de la gloria!

¡Marinera de mi vida!

¡Faro y guía de mi alma!

¡Refugio de mis heridas!

¡Amanecer de mis penas!

¡Calma de mis vendavales!

¡Eres mi norte y mi estrella

navegando entre varales!

Amor de los trianeros,

perla del Guadalquivir,

No hay belleza que te iguale

ni que se parezca a ti.

A ti, celestial princesa,

Virgen Sagrada María,

desde Sevilla a Triana,

no me dejes, Madre mía.

No te vayas de tu barrio,

ni de tu calle ni de tu plaza,

porque Sevilla es Triana

cuando pasa la Esperanza.

 

Y el viaje acaba en brazos de la Madre, esa que vive en San Gil y se llama Macarena:

Soy Macarena, mi Esperanza,

de ti tengo el alma llena.

Nunca te separes de mi mano:

crecerás de semilla a grano.

Siempre, mi niña adorada,

velaré tu sueño en la alborada.

Serás mujer de bandera

y romperás toda barrera.

Con criterio y claras ideas,

llegarás a donde quieras.

Generosa y bondadosa,

grande de espíritu y Amor,

de Amor del bueno,

ese que tu Madre te enseña,

ese que nunca termina,

ese que tu vida atraviesa

y al cielo te llevará de cabeza.

Soy tu Madre del cielo,

la que tanto te ama.

Y para poder abrazarte

cada noche en tu cama,

te mando unos brazos cercanos

para que sientas mi amor más humano,

a través de una madre en la Tierra

con todo lo que su corazón encierra.

Ángel de la guarda para cuidarte,

crecer en la fe y acompañarte.

Como un árbol a su rama,

las dos velamos por ti,

como solo una Madre ama.

 

Soy tu madre, Macarena de Dios,

que siempre te guía.

¡Ven, Esperanza, dame la mano y confía!

 

Con el “he dicho” final y una atronadora ovación, aterrizábamos tras este vuelo, con el corazón henchido de emociones y vivencias, de mensajes y propuestas. Un honor absoluto haber vivido de cerca otro año más la preparación del pregón y escribir esta humilde crónica que no es sino una forma de agradecimiento a Ángela, por su dedicación, empeño y calidad del resultado final, por tanto como hemos aprendido y sentido; a su familia, tan cercana, tan cariñosa, y a todo el equipo de Highlands School Sevilla que hace posible esta felicidad de evento anual, equipo del que sentirse absolutamente agradecido y orgulloso. El Señor nos está esperando. Es Semana Santa y estamos en Sevilla.

 

ANGÉLICO RUIZ MORALES