PREGÓN DE SEMANA SANTA
DESPIERTA, SEVILLA, DESPIERTA…
Si ahora que ya todo terminó, pudiésemos volver a entrar al Aula Magna, ya en silencio, los adornos recogidos, el Colegio vacío… seguro que todavía nos resonarían en los oídos (y en el alma) los versos, las emociones, los sentimientos, las enseñanzas… con los que nuestro alumno Ignacio Fernández Gutiérrez nos ha abierto el pórtico de una nueva Semana Santa en nuestro centro. Difícil pensar en un mejor cierre de ciclo del curso, tras el emotivo e intenso Torneo de la Amistad. Las sonrisas, los rostros de admiración, satisfacción y orgullo de la familia, de los compañeros y equipo docente del Colegio, eran síntoma evidente de ese estado de felicidad en que con su maestría en el uso de la palabra, el contenido, la dicción, los gestos… nos deleitó Ignacio.
Todo comenzó con la cariñosa intervención de nuestro invitado de honor, don Julio Cuesta, pregonero oficial de la Semana Santa de Sevilla este año, en la que nos descifró las dificultades de escribir la pieza -y más tras la pandemia- pero también que todo merecía la pena por la respuesta que toda la gente le ha proporcionado y le sigue proporcionando bajo muestras inefables de cariño inmenso.
Inmediatamente, esos previos para completar el acto y arropar al pregonero, esta vez con dos recitados que ya pusieron el alma a flor de pie a los asistentes: uno de nuestro alumno de sexto de Primaria Juan Montaño de Cabo y el segundo de la propia hermana del pregonero, Ángela, todo con los maravillosos vídeos y música de fondo que con tanto arte y dedicación prepara nuestro profesor don Antonio López.
Seguidamente, la presentación del pregonero, realizada con gran cariño y sensibilidad por parte de su compañero de curso y amigo Luis Manuel Halcón de la Puerta. La marcha Jesús de las Penas, elegida por Ignacio Fernández Gutiérrez, dio paso a la pieza oratoria. Todo comenzó por lo último, la petición a Sevilla de salir a la vida, a conquistar de nuevo sus mejores emociones, tras dos años de sequía:
Semana Santa, Semana grande,
¡gracias por salir a buscarme!
Despierta del sueño,
despierta, del largo invierno
que ya dos años duraba
por ese virus maldito
que nuestra vida truncaba.
¡Abrid el corazón sin miedo, salid!
Siente y reza que sólo dura una semana,
que el tiempo que crees tener hoy,
no volverá mañana.
Despierta Sevilla, despierta,
que hoy es tu mañana.
Una nueva primavera llega
tan querida y anhelada.
¡Déjame paso Sevilla,
que ya hay Paz en el Porvenir;
que esta guerra está vencida,
ya está la hora cumplida
y es la hora de salir!
Tras los pertinentes saludos y agradecimientos, el pregón continuó con una sencilla oración, dando muestras desde el inicio de la gran profundidad espiritual del pregonero:
Señor haz de mí un instrumento de tu paz y ayúdame a ser tu cirineo. Que mis palabras sean reflejo de tu entrega y sacrificio en la cruz; que en mi voz resuene la alegría y el gozo de la Resurrección
Y que mi corazón se inunde de tu infinito amor.
Empezaba a caminar ya el pregón y enseguida la alabanza a las hermandades por su dedicación y entrega a los demás, aquello que las hacen grandes e importantes, más allá de cada estación de penitencia cuando se hacen cofradía: Frente al individualismo, la unión de hermanos por Amor. ,,,,Frente al egoísmo, la caridad de ayudar a los necesitados. Frente al protagonismo, la discreta túnica de un nazareno penitente y descalzo. Frente al ruido, la oración en silencio en una estación de penitencia. ¡Que no digan que es populismo mientras haya un alma que en oración o penitencia de sus pecados, se acerque al Padre, como el hijo pródigo que todos llevamos dentro!
Un detalle absolutamente emotivo que pudo pasar desapercibido entre tantas palabras bellas y sentidas: Ignacio dedicaba el pregón a las familias que han sufrido la pérdida de algún ser querido estos dos años por el virus y a los que estaban sufriendo en Ucrania por el sinsentido de la violencia.
Además de un canto a la ciudad, de una demostración de cariño a la familia y al Colegio, el pregón fue una auténtica catequesis, a lo que contribuyó lo que fue su esqueleto fundamental: el Vía crucis de la pasión del Señor, estación a estación. En cada pasaje, el pregonero nos fue relatando la representación que de él tenemos el privilegio de presenciar por nuestras calles y templos en la ciudad. Como muestra, un botón:
CUARTA ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
“El pueblo elige a Barrabás, Pilatos exclama:
-¿Qué he de hacer, pues, de Jesús? Contestan todos: ¡Crucifícale!
El juez insiste: – Pero ¿qué mal ha hecho?
Y de nuevo responden a gritos: -¡Crucifícale! , ¡Crucifícale!
Se asusta Pilatos ante el creciente tumulto. Manda entonces traer agua y se lava las manos a la vista del pueblo, mientras dice: “Inocente soy de la sangre de este justo; vosotros veréis”. Y después de haber hecho azotar a Jesús, lo entrega para que lo crucifiquen.”
Cautivo y preso, es condenado y por ello, los nazarenos de San Juan de la Palma guardan un silencio blanco único e irrepetible, silencios que hablan con la mirada, llena de miedo y sombra, porque la muerte de Jesús está cerca. Silencios de Amargura, que solo se oyen una vez al año, solo se oyen cuando Nuestro Padre Jesús del Silencio Blanco bajo la presencia de Herodes se asoma a las puertas de su casa, su morada, que por Sor Ángela queda.
Con la seriedad que merece, pero acompañado por sus hermanos macarenos, el Sentencia sale en procesión de San Gil, de chicotá en chicotá, de costero a costero, de saeta en saeta. Alegría al cielo pues detrás lo guarda su centuria romana. ¡De nombre, “armaos”, y de apellido, “ macarenos”!
Y llega el momento siempre esperado en que el pregonero dedica sus palabras a la imagen de sus devociones más sentidas, en este caso, el Señor de las Penas de San Vicente:
¡Jesús de las Penas, eres tú el mejor ejemplo que tengo, el de un Dios que con la cruz de todos los hombres cae y no reprocha! Ayúdanos, Padre, a buscar tu amor y perdón, ¡danos fe y oración!
Pero no te caigas, Padre, sigue en pie. ¿Qué somos sin ti? Cuerpo sin cabeza, pájaros sin alas, noche sin estrellas, Sevilla sin azahar, ¡lunes Santo sin Penas!, ¡sin ti no somos nada!
Lunes Santo en San Vicente:
Nazareno y Penitente,
Nuestro Padre Jesús de las Penas
preso de nuestra condena.
Tú cargas nuestra carga.
Y en la tarde cae tu estampa,
la que de nuevo se levanta
cuando de noche cae la luz,
atrapado bajo el peso de tu cruz.
Pero nunca caerá tu nombre,
que toda pena esconde.
Nunca me salen las cuentas;
¡en el libro de las penas
siempre hay más sumas que restas!
Cruz que no se impone ni castiga,
cruz que educa y nos enseña
que el amor es lo que busca,
que es mástil y bandera,
calma de tormentas,
alfa y omega.
Nuestro Padre Jesús de las Penas
va caído y doliente,
Penas y Dolores mi alma siente:
Lunes Santo en San Vicente.
Y empiezan las palabras dedicadas a la Madre, protagonista absoluto también de nuestra Semana Santa, de nuestra fe, de nuestra vida. Por ejemplo, estas dedicadas a quien inicia la calle Feria de Sevilla:
Amargura de silencios blancos, nazarenos perfectos por la estrecha calle, seriedad absoluta,
recogimiento que inunda de lágrimas este valle.
Historia de una Madre coronada y ángeles del cielo camareras,
donde Amargura se viste de Pureza
y de certeza las cosas verdaderas.
Eres elegancia y finura
y la más delicada ternura ,
Madre del amargo llanto,
serenidad en el quebranto.
Eres Sevilla, eternidad pasajera
marchando con San Juan a tu vera.
Paz y silencio hay en mi alma
que ya está la Amargura saliendo
desde San Juan de la Palma.
Son muchas las vías, los caminos, por los que la Esperanza Macarena acaba siendo clave en las vidas de muchos de nosotros. Este mismo Domingo de Ramos, delante del paso de palio de la hermandad de Jesús Despojado, supe por qué la vida de nuestro pregonero está tan ligada a la que habita en San Gil, Y entendí perfectamente la emoción de lo que Ignacio le dedicó:
Se ve a la Esperanza con los ojos; se le mira con el corazón y se le reza
siempre con el alma.
La primera vez que vi
a la Macarena en primer plano fue en el techo de un coche sentados los dos hermanos.
Mi madre flotaba donde la masa se movía
emocionada rezando y sintiendo su cercanía,
mientras sus niños pequeños
desde alto la contemplaban entre dos buenas señoras que cobijo nos daban.
Y cuando te vi llegar, Madre, entre alabanzas,
supe cuál era el nombre de la Esperanza.
Amanece la sonrisa, recorriendo tus calles llenas.
Al relente de las velas tu cara de niña Macarena.
Cuánta luz y confianza en mi corazón se estrena, viendo un nuevo amanecer dentro de mi alma plena.
La belleza se hace oración con tu salve, Macarena, a las puertas de la casa
de esas hermanas tan buenas;
Las que se entregan a los pobres y a los enfermos serenan,
en el convento donde la Cruz y la Esperanza se reflejan.
Donde el rezo se hace escalera para llegar al cielo
mientras el capataz te eleva y la paloma alza su vuelo.
Se mueven cinco mariquillas respirando a pulmón,
que van derramando en Sevilla vida nueva y corazón.
Sangre verde Macarena
de Esperanza quiero en mis venas, para vivir contigo cada día,
la alegría de tu pena.
Sabíamos que se acercaba ya el final de la pieza y créanme si les digo que empezamos a sentirlo, porque estábamos vibrando a la voz del pregonero, que con tanta maestría nos llevaba de un sentimiento a otro, todos profundos, caladores. Apoteósico; no se me ocurre mejor adjetivo para calificar ese cierre que nos dejó a todos felices, henchidos, plenos, dichosos…
La familia que tengo me dio todo lo que soy.
Y hoy orgulloso merezco
darlo todo donde estoy.
Agradecido a mi colegio,
a mis padres y profesores,
que heredar es aprender
de los buenos, las lecciones.
Con estos mimbres tan valiosos
he de recorrer el mundo,
y poner mis talentos en juego
con valor profundo.
Para que en cada chicotá
de vida levantada,
con mecidas de plata
y tu protección sagrada,
vaya mi Madre bien arropada.
Llena de amor y consuelo
cuidando su alma blindada
con suavidad, tacto y desvelo.
Ayúdame, Madre.
a ser un buen ingeniero,
a construir puentes,
embalses y senderos,
a ser hombre de bien
y recto, con valores y respeto.
Y derramar en esta vida
lo mucho que llevo puesto.
El último tramo llega
a este pregón de mi vida, conformando mi estación,
el primero y cruz de guía.
Javier, misterio de Cristo
y llama de luz viva,
dentro del seminario,
de clara vocación activa.
Y al lado Borja,
antiguo alumno y pregonero.
Primos del alma a los que tanto quiero
y que han sido mi guía y timón
en la preparación de este pregón.
Primer tramo con mi hermana,
cirio siempre encendido;
fuerte y de firme criterio
apuntando siempre lejos.
Siguen los queridos primos
unidos y parejos,
que se cuidan unos a otros
con buenos consejos.
Bajo el amparo amoroso
de la Virgen del dolor
más roto
que cada Semana Santa
acompañamos devotos.
Bendición de familia
que por intercesión de nuestra Madre,
sigue unida con amor
como quieren nuestros padres.
Virgen de los Dolores,
protégenos cada día
y ayúdanos a seguir fuertes
durante toda travesía.
Sigue el tramo con amigas,
equipo de fútbol y compañeros,
hermanos que cuando andas,
van de costero a costero.
Con antifaz de penitencia,
en esta vida tan rara,
con tanta prisa y sin esencia.
¡Cuánto une la sangre cristiana!
Tramo importante,
libro de reglas,
separado por diputado mayor de gobierno:
profesores, tutores y directores
que completan el terno
en la difícil tarea
de ponernos a cubierto
de sacar a relucir nuestro talento interno
para educar y podar
nuestras ramas en invierno.
Mis tíos de penitentes,
con paso diligente
marcando la senda clara,
para hijos y descendientes.
Acólitos y monaguillos
pequeños y valientes.
Llegamos a la presidencia
(ya cerquita de Ella).
Allí va Mercedes, mi abuela,
que un momento se ausenta.
Al cielo ha ido a hablar
para pedir un pago a cuenta:
¡que dejen bajar a los abuelos
para llevar la manigueta!
Abuelo Rafael a la derecha
y Ángela con su sonrisa iluminando
a José Luis,
que al frente del paso,
la mira cuando está llamando.
Y de pateros mis padres,
uno a cada lado mío;
cuidando que no me tuerza,
derechito siempre en mi camino.
Con alas grandes para volar
y fuertes raíces para volver.
¡Siempre contigo Dios mío
de tu fuente querré beber!
Y bajo los respiraderos
(esta vez con costal y faja).
Rodeado de amigos buenos
con esos con los que viajas,
que la igualá te pone al lado
para sudar la trabajadera,
con amistad leal,
sencilla y verdadera.
Para ayudarnos a caminar
con la carga repartida,
sin saber muy bien contar
los bofetones que da la vida.
¡Empuja amigo y aguanta,
que en tus hombros la llevas!
Con tu fuerza y la de Ella,
todo entero te renuevas.
Suma cada levantá
por un ofrecimiento,
que llegaremos a casa
sin ningún remordimiento.
De costero a costero,
cruje la canastilla.
No se escucha una voz,
¡es la música de Sevilla!
Sufren las trabajaderas,
reparten el peso entre los hombros,
debajo de esas maderas
que caen como muerte a plomo.
Donde se fajan las ilusiones
y se perdonan rencores.
¡Savia fresca de juventud
a pesar de los errores!
Amigo, familia escogida,
contigo quiero andar,
bajo el manto de la Madre,
nuestro largo caminar.
Tramo a tramo de la vida,
del colegio a la universidad ,
de la niñez a la hombría,
del sueño a la realidad.
¡Que no digan que no hay joven,
que sacrificio y trabajo quiera!
¡Que aquí están nuestros costales,
pa’ sudarlos con valentía torera!
¡Que este corazón se abre
para que pase por sus venas
sangre verde de Esperanza Macarena!
Soy Ignacio de la Cruz,
en mi nombre llevo la herida
ayúdame, Madre,
a llevar mi cruz
y a darte Gloria con mi vida.
Ahí quedó el “he dicho” y los atronadores aplausos de los asistentes en forma de agradecimiento. El mismo aplauso que desde esta crónica levanto hacia todo el equipo del Colegio que hace posible el acto y hacia el pregonero y su familia. Bendito aquel día por Galicia, en que entre copas de árboles centenarios y caminos de fe, Ignacio dio el paso adelante que nos llevó a la inolvidable mañana de un Viernes de Dolores en nuestro Colegio. De este sueño no quiero despertar, Ignacio.